martes, 4 de octubre de 2011

La deliciosa decrepitud de Oporto

Da igual por qué estrecha calleja optes para descender desde la Catedral hasta la Ribeira, desde los Clérigos hasta San Francisco, desde el mercado del Bolhao hasta la Estación de Sao Bento: los mosaicos descoloridos, las paredes desconchadas, la hiedra invasora, las pintadas y los carteles… el tiempo desgasta inexorablemente Oporto. Pero, al igual que ocurre con La Habana, en esa decrepitud deliciosa reside una gran parte del encanto de la ciudad.

Oporto, como Lisboa, es una ciudad para vagar sin rumbo, para perderse por cualquiera de sus empinadas calles. Arrancando en lo alto de la colina, múltiples pasajes y callejuelas descienden hasta el río: desde el Terreiro da Sé, las escadas de Barredo te transportan a un entorno casi rural en pleno centro de la ciudad; a escasos metros, la Rúa Escura da paso a la Bainharia y luego a Mercaderes, estrechos ejemplos de la encantadora decadencia portuense; más arriba, partiendo de la Praza da Batalha, la sórdida rúa Chá evoca tiempos de “negócios de saias”, ahora apenas resquicios; desde los Clérigos, tras bajar por Sao Bento da Vitória, retorcidas escaleras forman un desvencijado paréntesis antes de volver a la monumentalidad del Palácio das Artes (sede del restaurante DOP) y de la Bolsa. Y así podríamos seguir por los alrededores del Mercado do Bolhao – que ha vivido mucho mejores tiempos – o incluso del otro lado del puente de Luis I y las viejas murallas, bajando por la Rúa do Miradouro.

A la decrepitud y el vagar se contraponen, simplemente con cruzar hasta la otra orilla del río, la majestuosidad y el contemplar. Ubicados en Vilanova de Gaia, al pie de las bodegas o en lo alto de la colina, la grandeza del skyline portuense luce espléndida: desde el colorido de las casas de la Ribeira hasta la aguda torre de los Clérigos, desde la mole del palacio episcopal hasta la ligereza de hierro del puente de Luis I. A pie de río, junto a los ravelos, se gana el sabor del bullicio turístico y de la estampa de antaño; en lo alto del puente, en el Jardim do Morro, la vista gana perspectiva, abriéndose ante nuestros ojos el último tramo del gran río, casi hasta su desembocadura en el Atlántico.

En fin, de nuevo, que las imágenes se expliquen mejor que mis palabras. (Más fotos a vuestra disposición en el álbum Porto 2011).

1 comentario:

  1. Foucellas, ya he visto varios posts tuyos de Portugal y me encantan. Yo también voy a menudo y también estoy enamorada de el aire decrepito de sus lugares. Por cierto, ya me voy acostumbrando a tu nuevo look y ya no me digusta tanto. Un abrazo.

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